4/3/12

Semana del 27 de febrero al 4 de marzo

1. El parque High Line http://www.thehighline.org/ Un proyecto de renovación urbanística realmente arriesgado e inteligente: sobre las viejas vías del tren, en un sector industrial pauperizado, hacer nada menos que un parque, una alameda. Claro que el proyecto incluyó a arquitectos estrella del tipo Frank Gehry, lo que de un modo u otro atrae turistas. Me gustó mucho, sobre todo, el modo en que la gente se ha apropiado el parque; se reúnen y "toman el sol" rodeados de viejas bodegas.
2. La Roosevelt Avenue, en Queens. Caminar a lo largo de esta avenida es quizá la experiencia más "multicultural" de Nueva York (con lo que quiero decir que uno no ve un gringo por ningún lado; salvo tal vez policía). Hay una cuadra hindú, una vietnamita, una ecuatoriana, y el largo etcétera del llamado tercer mundo. Todo, en conjunto, sin embargo, es exactamente como el barrio El Restrepo en Bogotá.
3. El trabajo del estudiante de doctorado se resume en la obligación de leer innumerables artículos de revistas académicas, todos distintos en el "fondo" pero idénticos en la forma. Es el desierto estético. Por las noche leo literatura para contrarrestar. Esta semana leí una novela excelente y desconocida, Stoner, de John Williams. Tiene una atmósfera muy similar a la de Revolutionary road (y de hecho fue publicada por los mismos años, en 1965), y una prosa dura y minimalista que, pese a lo que parezca, no es nada fácil de lograr. Recomendada.
4. En Elmhurst me sorprendió muchísimo encontrar una librería abarrotada de libros usados, todos en español. Se llama El Barco de Papel. Si en Book Culture me sentía asistiendo al funeral de las librerías, aquí me sentí como un arqueólogo frente a las ruinas de una civilización desaparecida. Agradecí mucho el esfuerzo que hacen sus dueños por mantener aquí un sitio como ese, visiblemente un mal negocio.
5. Me encanta el modo en que aparecen los libros usados, en un estante viejo, después de viajar misteriosamente por el mundo, dibujando la biografía de sus anteriores dueños y lectores. Sólo la venta de libros usados da lugar a historias como la de Arturo, que compró por casualidad, 40 años después, un libro que había leído en su adolescencia y del que había perdido el rastro: estaba marcado con su nombre.

No hay comentarios: