1. El Cabo de la Vela, sobre todo porque, por estos días, es prácticamente inaccesible, y nunca había sentido tan claramente la distancia, la lejanía. Esa sensación de haber llegado a un lugar límite, a un final, es aún más fuerte que la sensación de extranjería y de extrañeza común a muchos viajes.
2. Nuestra obligada expedición pseudo-militar en el Tayrona, en donde las largas jornadas de caminata bajo la lluvia tuvieron picos dramáticos que sólo ahora, en el recuerdo, parecen atractivos, casi con un toque cinematográfico.
3. El espacio de la Quinta de Bolivar en Santa Marta. El perfecto equilibrio entre la belleza, la sobriedad y la tranquilidad de este sitio solo es comparable, en mi experiencia, con lo que sentí en el Gulbenkian de Lisboa.
4. La caza de los flamingos (para verlos, se entiende) en Camarones, Guajira. Me gusta sobre todo esa curiosidad que lo lleva a uno a hacer grandes esfuerzos por ver, por unos segundos, de lejos, cómo alzan el vuelo tres flamingos. Aunque vimos también a las garzas, los pelicanos, las ibis, los graciosos patos cormorán, pero se supone que los flamingos son las estrellas.
5. Por supuesto se quedan muchas cosas por fuera, muchas: la decadencia de Maicao, el contrabando de gasolina en Uribia, las cervezas en "la Única" en Santa Marta, las playas de Barú, las cocadas con guayaba, nuestro guía del Cabo, Reymundo, la amabilidad de Sory, y un largo etcétera.
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